La resurrección de los muertos se menciona en varias partes de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro de Job se lee: "Sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo" (Job 19, 25). También en el libro de Ezequiel, Dios le muestra al profeta una visión de un valle lleno de huesos secos, que luego cobran vida y se levantan para formar un gran ejército (Ezequiel 37, 1-14).
En el Nuevo Testamento, San Pablo escribe en su primera carta a los Corintios: "Pero dirá alguien: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán? Insensato, lo que tú siembras no revive si no muere antes" (1 Corintios 15, 35-36). San Pablo explica que nuestro cuerpo mortal es sembrado en la tierra, pero será transformado en un cuerpo glorioso e inmortal en la resurrección.
En cuanto al juicio final, Jesús habla de ello en varias ocasiones en los evangelios. Por ejemplo, en Mateo 25, 31-46, Jesús describe cómo las naciones serán reunidas delante de Él y serán juzgadas en función de cómo hayan tratado a los demás. Jesús dice que los justos recibirán la vida eterna, mientras que los malvados serán condenados al fuego eterno.
La enseñanza de la resurrección de los muertos y el juicio final ha sido defendida y explicada por muchos padres de la Iglesia. Por ejemplo, San Agustín escribió en su obra La Ciudad de Dios: "Por tanto, la resurrección de los muertos es una verdad necesaria para la religión, y su negación es impía. Así que esta verdad debe ser mantenida con firmeza y enseñada con diligencia".
San Juan Crisóstomo, en su homilía sobre la resurrección de los muertos, dijo: "Así como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros resucitaremos en el último día. Cristo fue el primero que resucitó, y nosotros resucitaremos después de Él".
En conclusión, la resurrección de los muertos y el juicio final son enseñanzas fundamentales de la fe católica. Estas enseñanzas están basadas en la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia, y han sido defendidas por muchos padres de la Iglesia. La resurrección de los muertos es una verdad necesaria para la religión, y su negación es impía. Debemos mantener esta verdad con firmeza y prepararnos para el juicio final, viviendo nuestras vidas de acuerdo con la voluntad de Dios.
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